Si hay algo que nos apasiona a los aficionados, tanto como un buen partido, son los fichajes de jugadores. En todos los deportes, en todo momento, se fantasea con la idea de que tal jugador acabe jugando en tal equipo. Reconozcamos que el intercambio de piezas es otro de los atractivos de la competición. Lo saben bien los periódicos y magazines deportivos, que dan a su audiencia aquello que quieren leer y escuchar: tan importante es la previa o el post de un partido, como la remodelación de la plantilla, con las salidas y llegadas. Y no deja de ser una especie de “cinta de correr hedónica” [1] que acuñó Michael Eysenck, en la que nunca estamos completamente satisfechos con lo que tenemos. Siempre queremos algo más. El dinero de los clubes no compra la felicidad de sus aficionados. Los jugadores compran dicha felicidad, aunque generalmente no por mucho tiempo.
Pero llegó el coronavirus, y arrasó con todo. También con ese rally de traspasos veraniegos que cada temporada nos llamaba a descubrir cuál era el más ostentoso y, de paso, el más escandaloso. En el fútbol español en particular, el presente inicio de curso se ha caracterizado por los comentarios de gran parte de los grupos mediáticos sobre la mala planificación y gestión deportiva de los dirigentes de los clubes y sociedades anónimas deportivas. Los titulares han abierto con crónicas en las que los equipos “regalan” a sus estrellas: Luis Suárez, Gareth Bale, James Rodríguez, Arturo Vidal, Morata, Dani Parejo, Coquelin, etc. Los trueques, cesiones y cartas de libertad han sido la tónica habitual en la negociación de los movimientos, mientras que han sido muy pocos los traspasos económicos, siempre a la baja en cuanto al precio de mercado. Acostumbrados a las salidas, previo paso por caja, de Neymar, Cristiano Ronaldo o Griezmann, hemos asistido a la donación de activos vertebrales de los clubes. ¿De verdad son tan malos negociadores?
Más allá de que la pandemia mundial ha generado una depresión económica en todo el mundo, en mi opinión han sido las normas y mecanismos de control financiero las que, por fin, han actuado como resorte a la hora de planificar económicamente la viabilidad de los clubes de fútbol. Y en ellas me refiero especialmente al
Fair Play Financiero [2] impuesto por la UEFA desde 2011/2012 (del que tantas veces me ha gustado escuchar y leer al profesor Ángel Barajas), así como el Control Económico de LaLiga en vigor desde la temporada 13/14 [3]. Esta férrea vigilancia es la que posibilitará que la industria del fútbol no se desmorone como un castillo de naipes. Muchos veíamos como estas normas afectaban en mayor medida a equipos pequeños y pobres, mientras los equipos poderosos seguían partiendo y repartiendo a sus anchas el talento deportivo a base de talonario. Los grandes clubes europeos eran financieramente estables, pero dentro de la lógica de un crecimiento sostenido. Pero la época de bonanza terminó de un plumazo.
Y es que hasta ayer, los gastos extraordinarios que suponían hacer frente a millonarios traspasos y salarios, se hacían con total libertinaje. Por poner algún ejemplo de ingresos ordinarios versus gastos atípicos de nuestro país, en el mercado de verano de la temporada 2009/2010, antes del
UEFA Financial Fair Play y el control económico de LaLiga, el Real Madrid tuvo un saldo negativo de fichajes de 170 millones de euros, lo que representaba un 43% de sus ingresos aproximadamente. En 2019/2020 volvió a tener un saldo negativo de 200 millones de euros, pero esta vez suponían alrededor 26% de los ingresos típicos. Poco importaba si el ritmo de crecimiento sostenido en la última década era superior al 10% anual. Mismo ejemplo con el FC Barcelona: en la temporada citada 2009/2010, su saldo negativo de traspasos representó el 25% de los ingresos ordinarios (89 millones de euros); en verano de 2019, fue nominalmente superior, con 114 millones de euros, un 14% de los ingresos de la temporada anterior, aunque el presupuesto anual pronosticaba superar los 1.000 millones euros.
Ahora bien, en el presente mercado el Real Madrid no se ha gastado ni un euro en altas, y las bajas han supuesto una entrada en caja de 90 millones. Igualmente, el FC Barcelona tiene un saldo favorable de 21 millones en traspasos. Por supuesto que la crisis sanitaria ha afectado al negocio, por cuanto el deporte profesional se está disputando a puerta cerrada. La pérdida de los ingresos en el apartado de
Match Day -más acusada en los equipos grandes, con estadios de mayor capacidad- es un hándicap muy importante en las cuentas actuales. Algunos pronostican que en el peor de los escenarios suponga un 25-30% de los recursos ordinarios. Y no por menos importante podemos olvidar que también influyen las decisiones deportivas de renovación de la plantilla (las clásicas
limpias de vacas sagradas del vestuario). Pero, más que un problema puntual en el flujo de caja, sin este tipo de normas regulatorias de la actividad económica de los clubes -que controlan la tesorería, los balances de situación, la cuenta de resultados o la masa salarial-, estoy seguro que como antaño, muchos clubes poderosos habrían recurrido de nuevo a créditos, apalancamientos, deuda con la Hacienda pública, ingeniería fiscal e incluso a patrocinios de dudosa imputación contable, que perpetuarían el engaño de conseguir el mejor talento deportivo fuere como fuere.
Creo que ahora sí, bien por creencia o por necesidad supina, en la mente de los gestores deportivos de los clubes han pesado tanto el espíritu como la letra de estas normas económicas reguladoras. La máxima de “no gastar más de lo que se ingresa”, por muchas salvedades que se le pongan, ha calado y entrado de lleno en una industria que tenía muy buenos profesionales, pero que adolecía de profesionalización y regulación en sí. En estos momentos, no es que se “regalen” activos, sino que se planifica financieramente ante un futuro incierto, por mucho que nos pese a los aficionados y nos quedemos sin el entretenimiento del mercado de fichajes y con las típicas expectativas de la llegada de un nuevo
crack.
Sea por los momentos que nos ha tocado vivir o por otros, el próximo objetivo debe ser, no ya el hecho de cumplir las normas de control económico, sino de aceptar el espíritu que de las mismas se emanan: sin unas cuentas equilibradas, no habrá espectáculo deportivo que valga.
Pablo Burillo Naranjo
Profesor del Grado en Gestión Deportiva y Director del MBA en Dirección de Entidades Deportivas en Universidad Europea
[1] Hedonic Treadmill.
https://www.investopedia.com/terms/h/hedonic-treadmill.asp
[2] UEFA. Financial Fair Play.
https://www.uefa.com/insideuefa/protecting-the-game/financial-fair-play/
[3] LaLiga. Normativa Información de Control Económico.
https://www.laliga.com/transparencia/gestion-economica/normativa