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Deporte y economía: no al “todo vale” 

  19/04/2022 13:30 Opinión


Hace unos días conducía por una calle principal de Tortosa, cuando por el carril de la derecha, que obligaba girar, un vehículo adelantó a la fila de coches que estábamos parados por un semáforo en rojo, a una velocidad superior a la permitida, para finalmente, al ponerse en verde el semáforo, cambiarse al carril de la izquierda y “adelantar” a todos. Pensando luego sobre este tema, me di cuenta de que, tanto o más que el hecho de incumplir las normas de circulación, me molestó el desprecio que quien conducía ese vehículo había mostrado hacia el resto de conductores y que, seguramente, se estaba regodeando de lo “listo/a” que había sido. Esa misma tarde tuve oportunidad de volver a ver una buena película, ganadora en 2016 de un Oscar al mejor guión adaptado y con otras cuatro nominaciones, “La gran apuesta”, cuyo argumento está basado en hechos e historias reales sobre la crisis financiera de 2007-2008. Más allá de la ineptitud de algunos “mal llamados” profesionales de las finanzas y de la política, captó mi atención que el afán de ganar y ganar más dinero y acabar siendo el (supuestamente) “mejor” llevaba a algunos a hacer cualquier cosa, legítima o no, correcta o no, ética o no, para conseguirlo. La competitividad mal entendida, aparte de la falta de conocimientos, estaba detrás del comportamiento de esos profesionales de las finanzas. La regla del “todo vale” para conseguir los objetivos que uno se plantea se utiliza con demasiada frecuencia en nuestra sociedad, sin tener en cuenta las restricciones, no de tipo económico, sino ético que deben ser consideradas por los individuos a la hora de decidir el comportamiento a seguir. Los manuales de economía no hablan de este tipo de restricciones, pero es evidente que su no consideración ha abierto las puertas a la regla del “todo vale” que, no todos, pero sí muchos, utilizan, como esos genios “financieros” y “políticos” que generaron la crisis financiera de hace unos años. Y esos comportamientos se han extendido a todas las facetas de nuestra vida social, como era el caso del conductor de Tortosa. Los mensajes que se derivan de los modelos económicos no suelen incorporar en sus eslóganes los valores que deben guiar el comportamiento de los individuos. Pero cuando uno habla de competir o de competitividad, siempre nos viene rápidamente a la cabeza el mundo del deporte de competición. Y casi a la vez que se produjo el ilegal y maleducado adelantamiento de Tortosa y que tuve oportunidad de ver la película basada en un libro de Michael Lewis, a quien conocemos en economía del deporte por su libro Moneyball, llegó una noticia impactante en el ámbito deportivo, en concreto, futbolístico, al menos para quien firma este artículo. El segundo entrenador del Colmenar Viejo entraba en el campo en el minuto 90 para frenar un contragolpe del equipo local, el Villanueva del Pardillo, con el marcador 1-1. Ese entrenador debió ser un alumno aventajado cuando en alguno de los cursos que siguió le explicaron la regla del “todo vale”. El deporte de competición se ha beneficiado de muchas aportaciones del análisis económico, pero también parece haber aprendido, al menos algunos, de la mala praxis, como consecuencia de la ausencia de valores en algunos comportamientos condicionados por la necesidad de conseguir los objetivos a cualquier precio. Desgraciadamente, en el deporte profesional y en el no profesional, cada vez aparecen más ejemplos, no sólo ligados a comportamientos como el dopaje, como en el famoso caso de Lance Armstrong, sino en los mensajes que algunos dirigentes o responsables deportivos hacen llegar a sus jugadores y a las aficiones. Sirva de ejemplo la famosa frase de Carlos Bilardo dirigida a uno de sus auxiliares, cuando era entrenador del Sevilla, en un partido frente al Deportivo: “Al enemigo ni agua: pisálo”. Si entre las funciones del deporte está la transmisión de un conjunto de valores para hacer mejor nuestra sociedad, los ejemplos mencionados no se ajustan a esa idea de deporte, y no deben entenderse como tal, sino más bien como un espectáculo profesional en el que cualquier artimaña sirve e, incluso, puede contribuir al éxito del espectáculo. La competitividad mal entendida está detrás de esas actuaciones y, en muchas ocasiones, se ha utilizado por parte de unos y otros, incluida la prensa, para ensalzar comportamientos “supuestamente” profesionales, lo cual se justificaría si hablamos de espectáculo profesional y no de deporte profesional. La capacidad de ser competitivo forma parte de las competencias a adquirir por los deportistas, juntamente con las competencias técnicas y con los valores asociados al deporte, que deberían estar alejados del “todo vale”. Queremos deportistas competentes, que supone también ser competitivos sujetos a unos valores, pero no competitivos a cualquier precio. Los deportistas de élite son referentes para las nuevas generaciones. Comportamientos como los de Armstrong, Bilardo, el segundo entrenador del Colmenar Viejo, los profesionales de las finanzas o de la política durante la crisis financiera o el conductor “listillo” de Tortosa, son comportamientos que se ajustan a la definición de “estúpido” de Carlo Cipolla en su ensayo sobre “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”. Individuos cuyas actuaciones no benefician a los demás pero tampoco a ellos mismos, aunque a veces son sean conscientes de ello. Por otra parte, la heterogeneidad de los ejemplos mencionados, y de los muchos que se nos pueden ocurrir que se ajustan a ese patrón, sirven para ilustrar la segunda de esas leyes fundamentales de Cipolla, que nos dice que la probabilidad de ser estúpido es independiente de cualquier otra característica del individuo. En otras palabras, nos podemos encontrar estúpidos en cualquier contexto. Es necesario exigir la presencia de esos valores alejados del “todo vale” tanto en el deporte de formación como en el deporte profesional, si queremos seguir llamándole deporte. Es la manera en que la sociedad se beneficiará de esa capacidad del deporte de incidir en otros ámbitos, haciéndose mejor. Es probable que muchos no compartan esta idea de cómo debería ser el deporte profesional e incluso el funcionamiento de la economía, y sigan situando por encima de todo el ganar, sea cual sea el mecanismo empleado. Es una cuestión de opinión, pero seamos conscientes de cuál es la función objetivo (y las “restricciones”) detrás de cada manera de entender el deporte. Tolerancia cero al “todo vale” en el deporte y en la sociedad, y apliquémonoslo a nuestra profesión, pues como dice el dicho: “la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Es probable que, a pesar de lo dicho, quien firma este artículo sufra de ese síndrome que recoge el refranero popular, con antecedentes bíblicos, de “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”, y siga prácticas del “todo vale”, sin ser consciente de ello.   Jaume García Universitat Pompeu Fabra
 

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